Acoge el que, según la tradición, es el sepulcro del Apóstol Santiago, lo cual convirtió al templo en uno de los principales destinos de peregrinación de Europa durante la Edad Media a través del llamado Camino de Santiago, una ruta iniciática en la que se seguía la estela de la Vía Láctea comunicando la Península Ibérica con el resto del continente.
Esto fue determinante para que los reinos hispánicos medievales participaran en los movimientos culturales de la época. Actualmente sigue siendo un importante destino de peregrinación. Es además desde 2007, uno de los 12 Tesoros de España.
Los peregrinos entran habitualmente por la plaza del Obradoiro y, si la entrada está cerrada, lo hacen por otras dos plazas que quedan a cada lado del altar mayor, Quintana y la Inmaculada Concepción. Una vez dentro, y después de haber cumplido con la actuación ritual en el pilar central del pórtico, bajo la figura sedente del Santo, penetran en la nave central y su atención se fija de inmediato en el grandioso baldaquino que se encuentra detrás del altar mayor, la meta final de tantos días de viaje.
Todos los días a las doce del mediodía, se celebra una Misa del peregrino para todos aquellos que llegan a pie, en bicicleta, a caballo o en transporte motorizado. El día de Santiago Apóstol, 25 de julio, así como en otros días de fiesta, los peregrinos pueden disfrutar del espectáculo del incensario del altar mayor con el enorme botafumeiro de plata, que mide un metro y medio y pesa cincuenta kilos. Éste se encuentra suspendido desde la cúpula mediante un mecanismo de poleas y es levantado y balanceado por un equipo de ocho hombres vestidos de rojo y llamados tiraboleiros. En lo más alto de su trayectoria alcanza la escalofriante altura de veintiún metros cuando se mueve de un lado a otro del transepto y realiza un recorrido de 65 metros
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